17.5.07

Señero

Los pasos de aquel hombre rara vez eran predecibles. Él mismo se encargaba de tener a los indeseables bien lejos y desinformados. Ermitaño, lo calificaban algunos que lo conocían bastante poco para tenerle ninguna confianza. Y él se la tomaba toda. Otros que en contadas ocasiones le habían seguido el paso se despachaban con 'anticuado', porque era de esos que cuando se encuentran con uno, mal que le pese, se detienen allí y le dedican un tiempo útil al intercambio de ideas, al trato deferente y despedida sin compromisos. Cuando le preguntaban su número decía 8, que era el talle del sombrero. Pensaba que los mensajes eran los recados que se entregaban al ama de llaves en sobre lacrado para que los leyera su destinatario cuando arribara a sus aposentos. Determinadamente no estaba dispuesto ni a nombrar esa inter--nación, ni siquiera podía pronunciar el mote que todos se empecinaban por darle a la caja vacía, más boba que la otra sólo que blanca. Él se negaba rotunda// a aceptar que para comunicarse fuera requisito imprescindible estar aislados, lejos, en el anonimato y sobre todo consumiendo algún tipo de tecnología. Por eso él vivía sin eso, y con eso sin pagar nada.

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