24.7.07

Hoy vinieron a mí, sin que demande el mínimo esfuerzo traerlos a la memoria, los colores de la semana, especie de paleta cronológica, que un buen día decidí fijar para la posteridad.
Este era el orden dado:

  • Lunes: rojo
  • Martes: anaranjado
  • Miércoles: celeste
  • Jueves: verde fuerte
  • Viernes: verde claro
  • Sábado: marrón
  • Domingo: negro.

No sé de dónde lo sacaba; cuando me preguntaban sólo decía: así los veo yo. Y eran esos días y esos colores, inintercambiables.

Yo hacía ese tipo de cosas antes, en la misma época que jugaba que hacía entrevistas de televisión (yo entrevistaba) y conducía leyendo las cartas de los televidentes (que hacía yo misma); que fanática de Jugate Conmigo, planeamos mi cumple de 10 como un progama con los juegos y las preguntas, los sánguches con forma de mancha y final con playback de los temas de los cantantes de turno de ídem; y que mentía desaforada y descaradamente.

Pero hoy, leyendo un pasaje de un libro que está buenísimo y que voy a terminar de devorar antes que me de cuenta, en una parte donde la autora/protagonista del diario dentro del libro (Monólogo de una mina sola, Valeria Schapira, recomendado altamente para horas de sana y divertida lectura), llamada Sol, hace como una comparación de lo que su nombre significa y lo contrasta con el aburrimiento de un día domingo, dije claro: Domingo.
Y así, de forma increíblemente natural pensé: un día negro.

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